Promenade es, en boca de Le Corbusier, espacialidad desplegada mediante el recorrido. Más allá de la mera visita, es un desplazamiento compositivo, una experiencia de la mirada. La arquitectura se articula así como una secuencia de acontecimientos plásticos, que se usa primero en la génesis del espacio y luego indica el modo en que debe ser experimentado.
Esta concepción dinámica del espacio era ya una realidad para LC en torno a 1929, como demuestran las villas La Roche, Stein y Savoye. Su famosas rampas y escaleras aseguran la visión móvil y relativa que la cambiante modernidad del cine y el aeroplano deseaba contraponer al sistema clásico, estable, focal y objetivo. Esos elementos se presentan aquí como el paradigma de una arquitectura hecha con el tiempo, paralela a la simultaneidad cubista y la cuarta dimensión temporal de la relatividad.
LC pudo apreciar las cualidades de la rampa como sistema de acceso ya en su primera visita a la cartuja de Ema, cerca de Florencia, en 1907, aunque sus referencias a este tema proceden de su viaje a Oriente de 1911. Según sus palabras, descubrió la percepción del espacio mediante el movimiento en la arquitectura islámica y en el sistema de acceso de la casa pompeyana. En su Oeuvre Complète de 1935 escribe: «La arquitectura árabe nos ofrece una enseñanza preciosa. Se aprecia al andar, a pie; andando, desplazándose, es como se ve desarrollarse el ordenamiento de la arquitectura. Es un principio contrario al de la arquitectura barroca que está concebida sobre el papel, alrededor de un punto fijo teórico. Prefiero la enseñanza de la arquitectura árabe». En Hacia una arquitectura explica la dislocada visión fuera de eje del Partenón y las transiciones sensoriales de la casa pompeyana y describe el plano como recorrido: «El suelo se extiende por todas las partes donde puede, uniforme, sin accidente». Más adelante incluso habla del suelo como de un muro horizontal. Se establecen así las posibilidades de la promenade como desplazamiento que configura la arquitectura.
El transcurso del tiempo presupone una secuencia dinámica de sensaciones que supera la idea del espacio como mero ámbito geométrico. Por eso tiene sentido la oposición al Barroco, que se planteó incorporar la profundidad y el movimiento con el escorzo o la traza pero, como destaca LC, lo hizo siempre desde una visión estable. La modernidad, en cambio, ha aprendido a ver las cosas desde el vehículo en el que nos trasladamos, con una visión fragmentada (de Baudelaire o Benjamin). Si la visión renacentista quedó marcada por la perspectiva, la visión moderna de la arquitectura corbuseriana ha estado condicionada por la cámara, como demuestra la presentación de la casa Meyer (1925) mediante una secuencia de viñetas.
La promenade que realizamos junto a LC se convierte en un itinerario de conocimiento y purificación, un recorrido más de los sentidos que del cuerpo, desde la tierra al cielo, porque entrar es subir y ser transformado en la ascensión por la máquina. Desde este punto de vista, la Villa Savoye es más relato que objeto, planteada más en función de cómo va a ser vista que de cómo va a ser habitada. Cuando atravesemos ese camino iniciático, dislocado y ascensional, nuestra vista cambiará obligadamente de dirección y las perspectivas focales clásicas ya no serán posibles. En su lugar se producirá una cambiante mirada que funde el tiempo con el espacio, muy semejante a la que aporta el cine o los modernos medios de locomoción, y paralela a la que en literatura presenta Dickens con su planificación casi cinematográfica y luego Joyce con la subjetividad en tiempo real que se aleja del narrador omnisciente.
Pero, además de una promenade que podríamos llamar explícita, existe en Le Corbusier otra virtual que, sin manifestarse al principio como tal, incide también en los valores de la mirada cambiante, sin limitarse a su literalidad. Incluso cuando estamos parados, asistimos a la generación de sensaciones móviles. Así, se supera el mero discurrir local para llegar a una experiencia múltiple de tipo narrativo y sensorial. Un mecanismo que sirve para esto es la representación plana de objetos tridimensionales, que destruye el triedro y lo convierte en trapecios con distinto color y geometría. De este modo se anula la sensación volumétrica habitual y aparece una nueva profundidad de la mirada, en la que lo importante son las relaciones mutuas. Las tensiones que antes mostraban por separado la planta y los alzados confluyen en un solo plano, el de la sección. Por encima del prisma se busca la composición plástica de los planos y aristas, hasta alcanzar un nuevo espacio basado en las relaciones y no en la geometría. También se emplea la acumulación afocal de planos distantes, al impedir la perspectiva cónica tradicional y sustituirla por la visión diagonal que privilegia la relación entre las partes y superpone los planos por transparencia, como pretendía la simultaneidad cubista. Lo interesante es que esta nueva forma de movimiento, más visual que local, se produce al suspender el recorrido canónico del visitante, lo que permite mirar los elementos, no en secuencia, sino como en diagonales superpuestas. Así entendida, la promenade se habría complejizado para trasladar a la vertical propiedades de movimiento antes sólo asignadas a la planta, como pretendía la afirmación de que el suelo es un muro horizontal. Con un abatimiento, se supera la libertad compositiva de la planta fluida moderna hasta llegar a lo que podríamos llamar la sección libre, entendida como sistema que aglutina todos los elementos y asegura la gestión del edificio no sólo con el uso o la medida, sino también mediante la mirada y el tiempo.
Para cerrar estas consideraciones, puede ser interesante retomar la promenade que LC preparó para nosotros en la Villa Savoye. El sentido dinámico de la rampa que sube a la cubierta-jardín se potencia con todos los elementos disponibles, como las baldosas colocadas en diagonal para diferenciar la zona de paso de la terraza estancial (en la que están colocadas ortogonalmente). Al final de esa rampa nos esperan varias sorpresas, como parece anunciar el propio LC cuando describe esta experiencia: «Los visitantes, aquí, se dan la vuelta y regresan al interior y se preguntan cómo ocurre todo esto, y comprenden difícilmente las razones de lo que ven y sienten; no encuentran nada de lo que se suele llamar una “casa”. Se sienten en otra cosa del todo nueva. Y… creo que no se aburren».
Cuando pensábamos haber conquistado el cielo, se nos niega la permanencia en él. La rampa termina en la famosa ventana practicada en la pantalla orgánica de la fachada noroeste. El pavimento de baldosas se interrumpe para crear entre la rampa y la ventana una incómoda franja de grava, que impide a nuestra mirada fluir libremente hacia la naturaleza prometida por la nueva arquitectura. Según las famosas fotos encargadas por LC, aquí la promenade se detiene y la vista vuelve hacia la repisa de esta ventana que ha cobrado vida propia, en la que permanecen depositados algunos de nuestros utensilios personales: el sombrero, unas gafas... Aquí arriba la persona se despide, se desvanece al final de la rampa, y en el alféizar preparado al efecto, deja los últimos objetos sobre los que podía dominar. La promenade se apodera definitivamente de la escena, mientras se convierte en una representación de sí misma, en una máquina para mirar.
FERNANDO ZAPARAÍN,Arkitektoa